Iglesia de San Bernardo (Casas de Belvís).
A medida que el número de pobladores que se asienta en esta nueva población aumenta, aumenta también la necesidad de levantar un templo que atienda espiritualmente a todos los feligreses, gente con unas profundas creencias religiosas. El levantamiento de este nuevo templo evitaría los continuos desplazamientos al pueblo vecino todos los domingos y festivos, además de los días elegidos para las celebraciones.
A finales del siglo XV o principios del XVI deciden construir la nueva
iglesia parroquial de Casas de Belvís.
Se trata de una construcción sencilla, de pequeñas proporciones, pero
muy sólida, debido a la fortaleza de sus muros, realizados en mampostería y
reforzados en ángulos y vanos por grandes sillares.
Posee planta basilical, de una sola nave, que se cubre con un sencillo
artesonado en el interior y un tejado a dos aguas en el exterior. El ábside o
cabecera es recto, con bóveda de horno o de cuarto de esfera en el interior,
sobre la zona del presbiterio o el altar. A ambos lados del ábside encontramos
dos hornacinas, con sendas figuras de vírgenes. Junto a esta cabecera, en su
parte izquierda o lado del evangelio, se encuentra la sacristía.
A
los pies del templo se encuentra el coro y junto a él la torre campanario. Se
trata de una torre maciza, de un solo cuerpo, en cuya parte superior aparece el
campanario, en el que se abren cuatro vanos con arco de medio punto.
Las obras de la construcción finalizan a finales del siglo XVI,
principios del XVII, consagrándose el templo a San Bernardo de Claraval, cuya
festividad se celebra el 20 de Agosto. Este monje cisterciense fue un destacado
personaje de la vida religiosa del siglo XI. Sus doctrinas fueron difundidas no
sólo por su Francia natal, sino por toda Europa, donde se fundarán conventos
de la Orden del Císter, destacada por su austeridad y su fe inquebrantable e
infinita. Según el historiador moralo Domingo Quijada, estas doctrinas llegarán
a los señores de Belvís, condes de Deleitosa, de manos de un familiar que había
viajado por Europa, contagiándose de la devoción hacia San Bernardo.