a) Fundación del Convento de San Francisco:

      Como ya dijimos, la ermita de Nuestra Señora del Berrocal era entonces un lugar importante de devoción y peregrinación en toda la comarca, y a ella se acogieron esos tres primeros frailes, Fray Martín de Valencia, Fray Pedro de Melgar y Fray Juan Xuarez, viviendo algún tiempo en régimen de ermitaños.

    En Enero de 1505 el obispo de Plasencia dio licencia a Fray Pedro de Melgar, entonces custodio, para recibir la casa y ermita y hacer de ella monasterio; en Octubre de 1507, recibe la confirmación del Papa Julio II.

    Aquel solar, unos metros por debajo de la ermita, “muy agradable y aparejado a recogimiento y oración” pertenecía entonces a don Francisco de Monroy y su esposa, Doña Francisca de Henríquez, condes de Deleitosa y señores del castillo de Belvís, quienes lo donaron a los frailes del Santo Evangelio y corrieron con los gastos de la edificación del Convento, “no con la grandeza que deseaba el patrón, sino según el espíritu de pobreza y humildad del siervo de Dios Fray Pedro de Melgar”, convirtiéndose en protectores y benefactores de los descalzos y de su régimen, cuando aún se encontraban en la clandestinidad.

    Aunque el contrato de fundación del convento está fechado el 5 de Diciembre de 1509, en realidad existió un primer contrato, al menos de palabra, en 1505, año en el que debieron empezar las obras, y en el que tubo lugar la verdadera donación del solar y el huerto a los frailes descalzos. En el de 1509, se ratifica el contrato anterior, se regulariza la situación de los frailes del Santo Evangelio por medio de las cláusulas proteccionistas de que consta el contrato y se ceden las propiedades del convento a perpetuidad a la Iglesia Romana.

 

         b) Descripción del Convento de San Francisco:

    Las ruinas del convento franciscano de Belvís de Monroy se hallan emplazadas aproximadamente a un kilómetro y medio del Sudeste de la población, ocupando una extensa depresión del batolito granítico que conforma toda la zona. El emplazamiento fue estratégicamente escogido, al resguardo de los vientos del Norte y próximo a un arroyo y otras fuentes acuíferas, que garantizaban el abastecimiento de agua durante todo el año.

    Las estructuras que conformaban el complejo conventual ocupan una superficie aproximada de 2200 metros cuadrados, escogiéndose para su ubicación un extenso emplazamiento con suave pendiente hacia el Noroeste.

    En el frente septentrional (Norte) se localiza un atrio, restringido al muro correspondiente de la iglesia. A éste se accede por una puerta que deja a su lado Oeste una alameda. Rodeando la cabecera del ábside de la iglesia, como siempre orientada hacia el Este, se localiza un patio cerrado de planta rectangular donde encontramos unas pilas o filtros por los que pasaba el agua canalizada de los arroyos.

    El frente meridional (Sur) del convento aparece delimitado por un extenso huerto que acoge en su interior una alberca de planta rectangular.

    El flanco Occidental presenta una fuente a la que se añadió un cerramiento cuadrangular con un banco corrido en su interior.

     La iglesia constituye el flanco Norte del conjunto monacal. Posee nave de planta rectangular de 16’5 m. de longitud máxima, por 6 m. de anchura, lo que totaliza una superficie aproximada de 99 m. cuadrados.

    El acceso desde el exterior se realiza por una puerta con arco de medio punto. Está realizado con sillería granítica, y en la clave del arco aparece un escudo muy deteriorado. En este mismo muro encontramos cuatro importantes contrafuertes, destinados a sujetar la bóveda de crucería que cierra la nave. La altura total de la nave es de 9 m. y la cota más alta la proporciona una sencilla espadaña de un solo vano.

    La iluminación del edificio se hace por medio de dos vanos, uno con decoración gallonada, en el muro del evangelio y otro situado a los pies de la nave, sobre el coro.

     El altar de la iglesia presenta planta rectangular, de 4’5 m. de longitud por 3’5 m. de anchura. Se comunica con la nave por un arco de medio punto de gran altura. Junto al altar, en el lado de la Epístola, se localiza una pequeña puerta por la que se accede a la sacristía u otras dependencias. El espacio se cubre con una cúpula sobre pechinas y se remata con una linterna.

     La nave de la iglesia sirvió también como cementerio y en ella están enterrados los fundadores del convento, condes de Deleitosa, así como algunos frailes fundadores del mismo. Existieron antiguamente losas con las inscripciones de los nombres y méritos de los difuntos, que hoy han desaparecido. En las excavaciones realizadas hace algunos años fueron descubiertos varios cadáveres a los pies del altar, en unos nichos excavados en la misma roca de asiento del convento.

    Frente a la portada de acceso encontramos otra puerta con arco de medio punto que corresponde a la entrada al claustro. Ocupa un espacio de 8’5 m. por 9’2 m. y aparece adosado a la mitad sur de la nave. Se trata de un claustro porticado de dos pisos cubierto con artesonado de madera. Este espacio, junto con la iglesia son las partes más rehabilitadas tras la intervención de la Escuela Taller. En el centro del claustro, alrededor del cual giran todas las dependencias del convento, aparece un aljibe, en el que apreciamos una estructura casi cuadrada, ligeramente abovedada. El claustro presenta seis entradas, la más importante al Este, bajo un gran arco de medio punto, que da paso a diversas dependencias, entre ellas la sacristía, que aparece decorada con esgrafiados  y restos de cerámica vidriada y de una pequeña pila que se surtía a través de un caño, desde la conducción de agua que cruza la parte Este del convento, tras la cabecera de la iglesia, desde un manantial cercano hasta la gran alberca que aparece en el interior del recinto.

    Junto a la sacristía se encontró un pozo redondo, y junto a él dos escalones y varios bancos corridos que daban acceso a una estancia de 7’70 m. por 9’20 m. que bien pudo ser el refectorio o comedor, cubierto por bóveda de arista que hoy ha desaparecido, conservándose los arranques de la misma. En este punto el edificio tenía tres plantas, destacándose del resto del conjunto, situándose encima del refectorio la biblioteca y encima de ésta el mirador.

    Adosada al refectorio, sobresale un ala que sigue un eje Norte-Sur, de 17 m. de longitud por 4’5 m. de anchura, compartimentada en tres estancias, dos de ellas de 3’5 m. por 3’5 m.  que servirían de despensas o almacenes, y otra de 8’6 m. por 4’4 m., que pudiera ser la cocina. Toda la nave está recorrida por un corredor de 19’6 m. de longitud por 1’5 m. de ancho en el que se aprecian tres vanos, uno por estancia. Este corredor está cubierto por una angosta bóveda de cañón. Al final de la galería, unas escaleras dan acceso a la parte superior, cuya distribución indica por los restos de los arranques de los muros y las ventanas en cada uno de los espacios, que pudiera tratarse de los dormitorios.

    Delimitando el huerto por su lado Norte, se aprecia una galería que sigue un eje Este-Oeste de unos 30 m. de longitud por 4 m. de anchura. Esta galería aparece interrumpida por diversa dependencias  y bancos corridos y desempeñaría un lugar de transito entre el huerto, la alberca y el interior del convento.

    El frente occidental del conjunto ofrece una galería de 20’70 m. por 3’60 m. con acceso desde la fachada Norte mediante una puerta con arco de medio punto. Esta galería da acceso a dos estancias rectangulares cubiertas con bóveda que a juzgar por los restos encontrados y las características que presentan podrían corresponder a bodegas o almacenes.

    El huerto del convento, de unos 1155 m. cuadrados, estaba delimitado por una cerca de piedra que permitía el acceso por un pequeño portillo en el ángulo occidental. Destaca la presencia de una alberca de 11m. de longitud por 7 m. de anchura.

    Otros espacios anejos a la estructura central y delimitados por cercas son el patio localizado junto a la cabecera de la iglesia, conocido como “de las Palomas” y el atrio, localizado frente a la fachada de la iglesia.

    Además de todo lo señalado, aparece en la huerta de frutales, en la parte más occidental del conjunto, una preciosa fuente compuesta por una pequeña casita con tejado a dos aguas, en la que aún se aprecian restos de decoración. Sobre ella hubo antaño una cruz de piedra de una pieza. Rodeando la fuente, un banco corrido y tras éste un muro, lo que hace suponer que posiblemente el conjunto estuviera techado. En los alrededores del convento aparecen también restos de cuadras y otras dependencias anejas, como dos pequeñas ermitas en la huerta, que han desaparecido, y otra en el cercano monte, de la que se conservan los cimientos, y que sirvieron para mayor recogimiento y penitencias de los frailes que allí vivieron.

 

c) Análisis de la estructura:

 

El espíritu evangelizador franciscano en su rama observante, imprime un carácter urbano que les lleva a construir sus centros monacales en las inmediaciones de las ciudades, para que la proximidad con el pueblo facilite el contacto con los fieles. No sucede lo mismo con la rama franciscana descalza, cuyo convento de San Francisco en Belvís venimos analizando. A pesar de tener características comunes con los observantes, tales como la austeridad, el recogimiento, la vuelta al Evangelio, etc., la descalcez supone una radicalización de los anteriores presupuestos, imprimiéndoles otras características, como son por ejemplo el recogimiento de los lugares donde sitúan sus construcciones. El convento de san Francisco de Belvís, al igual que el de la Magdalena en Trujillo, está situado a una distancia a medio camino entre un núcleo de población y el aislamiento total, por lo que se pueden compaginar ambos caracteres: el recogimiento monacal y la evangelización de las masas urbanas. 

  La planta de la estructura conventual se adecúa a las necesidades monacales, siguiendo el esquema tradicional constructivo de la iglesia, claustro, dormitorio, refectorio y espacios de servicios que, en el caso de Belvís, se estructuran en torno a la iglesia mediante dos naves o galerías longitudinales y espacios de transito. La falta de complejidad constructiva y la pobreza de los materiales (mampostería y ladrillo fundamentalmente) responde a la austeridad de su programa religioso que, incluso, simplifica los elementos señalados (claustro poco desarrollado y de pequeñas dimensiones). Por otra parte no debemos dejar de tener en cuenta la proximidad geográfica de Toledo, importante foco cultural del momento, donde el esquema constructivo de mampostería combinada con ladrillo es predominante.

  La complejidad constructiva, que se produce en otras obras franciscanas a partir de la segunda mitad del siglo XVI, XVII e incluso XVII, supone la reestructuración de las plantas originales, ampliaciones en extensión y la utilización de materiales y técnicas decorativas en consonancia con el momento; todo esto queda reducido en el convento de Belvís a la estructura de la iglesia (Cúpula, linterna, coro, etc.), por ser ésta un elemento de conexión directa con los fieles. Ninguna de las restantes estancias presenta rasgos arquitectónicos que permitan hablar de ostentación constructiva.

  Es precisamente la ausencia de elementos decorativos lo que dificulta el establecimiento de una cronología precisa. Podemos, no obstante, sugerir algunas hipótesis sobre la cronología del convento, a partir de crónicas franciscanas y de algunos vestigios arquitectónicos  puntuales. Si bien la fundación del convento corresponde a los primeros años del siglo XVI, pudiendo pertenecer a este periodo algunas de las estancias que nos han llegado, parece claro que ciertos elementos perceptibles en la iglesia son posteriores a la fecha de su fundación. Este es el caso de la cúpula que cubre el altar, la linterna e incluso la bóveda que cubría la nave y el coro, fechable en el siglo XVII.

  d) Desamortización y ruina del convento:

    El proceso de desamortización de propiedades religiosas llevado a cabo en España a mediados del siglo XIX dará como resultado la exclaustración de los frailes que habitaban el convento Franciscano y el paso de éste a la propiedad privada. Debemos señalar la pérdida de valor arquitectónico del conjunto, al hallarse fuera del casco urbano y no tener aprovechamiento posterior, lo que origina una ruina progresiva.

      El expediente de tasación y subasta del edificio comienza con una carta de un tal Agustín González, que pide se lleve a cabo la tasa y posterior subasta del convento, alegando razones de justicia para su adquisición, por lo que dicho convento fue incluido en el proceso desamortizador, pero no se efectuó su posterior subasta, llegando a 1847, fecha de la misiva que mencionamos, amenazado de ruina.

    Con posterioridad a esta carta se realiza el peritaje correspondiente por parte de la Hacienda Pública y es de destacar el estado ruinoso que debía presentar el edificio como consecuencia de  su abandono. Este estado impide su aprovechamiento municipal, hasta tal punto que la peritación, por razones de rentabilidad, sólo pudo llevarse a cabo sobre los materiales de construcción, y no sobre la obra arquitectónica. Sólo las tejas merecieron una valoración total de 300 reales. El maderamen del edificio, totalmente podrido, y la fábrica de mampostería irregular, con una ausencia casi total de sillería granítica, no permitieron un mayor aprovechamiento del conjunto monacal.

         e) Obras de rehabilitación:

     En 1990 se redacta una memoria valorada por encargo del Ayuntamiento de Belvís de Monroy, con el fin de diseñar y valorar las obras que es preciso realizar para la rehabilitación del Convento y la Ermita del Berrocal, así como la adecuación de sus accesos. El Ayuntamiento pretendía llevar a cabo la rehabilitación de estos edificios mediante la promoción de una Escuela Taller, creándose en el entorno de los mismos, una vez rehabilitados, un centro turístico y cultural.

    Las obras que se proyectaron debían cumplir dos objetivos:

A.   Rehabilitar las construcciones y entornos manteniendo las características constructivas y los materiales de la construcción original en la medida de lo posible.

B.    Conseguir a través de las obras la formación de jóvenes en las tareas de rehabilitación, aprendiendo un oficio y tomando contacto con su Patrimonio Artístico.

 

Las obras que se proyectaron y valoraron fueron las siguientes:

1.     Rehabilitación del Convento de San Francisco, mediante las siguientes actuaciones:

-         Desescombro y selección del material derrumbado reaprovechable.

-         Construcción de paños de muro originales con material original seleccionado.

-         Picado y saneamiento de muros.

-         Picado y saneamiento de bóvedas.

-         Construcción de arcos en puertas y ventanas.

-         Reconstrucción de zonas principales: iglesia y claustro.

-         Construcción y saneado de cerramientos y muros.

2.     Rehabilitación y embellecimiento del entorno de la Ermita, mediante la construcción de un cerramiento de mampostería en algunos puntos y desescombro y selección de material.

3.     Construcción de accesos a Convento y Ermita y unión de los dos edificios mediante una senda peatonal.

Para las obras de rehabilitación se contó con la colaboración de las cinco especialidades de la Escuela Taller San Francisco I y II, teniendo en cuenta los tipos de acciones necesarias para rehabilitar edificios y entornos ya citados. Estos talleres son los siguientes: albañilería, carpintería, cantería, forja y jardinería y paisajismo.

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